viernes, 6 de febrero de 2009

Sobre la sed (y la arena en las venas)

Se lamentaba un joven anciano frente a la mesa de un café. Terminaba su vaso de cerveza con un cigarrillo entre los dedos.
Esperaba a alguien (¿o algo?) y no sabía a quién (¿a qué?)
En el baño mugroso del local, un hombre aún más mugroso se acercó hasta el joven anciano y le mostró la palma de su mano. Ríos de lodo y árboles tumbados se despeñaban en un océano de arena. Luego ocultó los cinco dedos en el bolsillo del sobretodo.
El joven anciano prorrumpió el silencio: “El ansia de beber, la sed, necesita la pureza de las alas del cisne para poder gustar los claros estanques o las cascadas del deshielo.”
Al instante, después de la revelación, el hombre del sobretodo se deshizo a los pies del joven en un puñado de arena.

Sobre los vicios (y los viciosos)

El corto de vista, el chueco, el de las manos de piedra, el sordo de enormes orejas, son carnadas para la serpiente orgullosa que espera detrás de las rocas de la memoria.
El corto de vista exclama en silencio: “Mis dedos se erizan al contacto de esta bella planicie ruidosa.”
El chueco, apurando su marcha, arengó: “Quizás las curvas del camino, allá adelante, se definan en una lacerante recta.”
Golpeando duramente una mesa, el de las manos de piedra, tosco se convenció: “Hacia aquí deberán descender las águilas que provean mi garganta con el más tibio licor.”
Finalmente, el sordo de enormes orejas pronunció a los gritos, pero con voz sofocada: “Déjennos en paz, orgullosas serpientes rojas; dejen que nos envenenemos con las savias del azar. Aléjense.”
Pero, cuando terminó su discurso, se acercó con paso sigiloso (una de sus manos hacía de campana para oír mejor) esperando una respuesta.

Sobre las sirenas y los verdaderos ojos del mar

Había ordenado a sus marineros que le taparan los oídos con cera y lo ataran a uno de los mástiles del barco.
Durante el canto del crepúsculo, en los acantilados donde las mujeres de espuma acariciaban sus cuerdas de hielo, los ojos de la tripulación encandecieron su mirada con lagos profundos en la piel de las sirenas.
Solo uno se mantuvo ignorante, aislado cual isla enclavada en alta mar.
Solo uno amaneció al día siguiente, siendo hombre simplemente.

Sobre los sueños

El Sueño aterra a los convalecientes. Los arrastra hacia la acción.
Durante una tormenta de verano, mientras yo reposaba bajo la sombra fresca de un árbol, escuché los gritos de un convaleciente. Abandoné mi aposento y corrí en su ayuda.
El joven anciano se retorcía en la tierra mojada y fértil, porque había soñado con una cordillera rodeada de bosques multicolores, precedidos por cortes de ruiseñores.

Sobre el pecado original

El error más grave del ser humano es desprestigiar, con la caricia cáustica del sacro dedo índice, a la clara y transparente perfección de la Naturaleza.

Sobre los cielos nublados

No es sano clasificar la existencia en teoría y praxis. El conflicto existencial debe resolverse en un rayo, producto de la asociación fecunda entre ambas caras de la moneda.