martes, 13 de octubre de 2009

lejos de los días

No había primavera para el que esperaba el salto de los días. Sus gacelas enfermas, agonizando, entre claveles negros (sus ojos claveles negros) lejos de los establos donde palpitan los racimos de las uvas de oro. Esperando.
No había primavera cuándo. Ahora o nunca, sin primavera. Esperando. ¿Las palabras que nombren los días? ¿El último latido, de sueño, de bengalas, de cielos rotos por el alba?
No hay primavera. Mi lengua dormida. Un nudo de cadenas en los dedos, sin candado, pero tan con candado las horas.
No hay primavera en las lecturas, que pasan sus hojas, los minutos pasan como hojas, relojes basta, me pide el que espera los saltos.
Se confunde el que padece la renguera de los años. Me confundo y no soy nada. Soy mundo. El silencio del mundo. Una perla que late, en un fondo, de mar o de cielo. Es lo mismo, es fondo.
Sin primavera, el fondo. Helado, quieto como el capullo, a punto de morir, porque no ha llegado a ser, chasquido al menos de primavera.