El humo que me lleva la sangre
y me disuelve en días de no saber,
que me transita por ventanas a un paisaje
de piedra e indiferencia,
es la cúpula de mi catedral de hastío.
Y si no hay motivo de brindis,
ni carcajada ni aplauso,
espero que los campos de cenizas
me reciban con el clamor del silencio,
con el grito del cansancio que se ha soltado
como la cuerda de la mano de la marioneta.