viernes, 6 de febrero de 2009

Sobre los vicios (y los viciosos)

El corto de vista, el chueco, el de las manos de piedra, el sordo de enormes orejas, son carnadas para la serpiente orgullosa que espera detrás de las rocas de la memoria.
El corto de vista exclama en silencio: “Mis dedos se erizan al contacto de esta bella planicie ruidosa.”
El chueco, apurando su marcha, arengó: “Quizás las curvas del camino, allá adelante, se definan en una lacerante recta.”
Golpeando duramente una mesa, el de las manos de piedra, tosco se convenció: “Hacia aquí deberán descender las águilas que provean mi garganta con el más tibio licor.”
Finalmente, el sordo de enormes orejas pronunció a los gritos, pero con voz sofocada: “Déjennos en paz, orgullosas serpientes rojas; dejen que nos envenenemos con las savias del azar. Aléjense.”
Pero, cuando terminó su discurso, se acercó con paso sigiloso (una de sus manos hacía de campana para oír mejor) esperando una respuesta.

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