miércoles, 23 de diciembre de 2009

NATURALEZA MUERTA

No sabía si era su cabeza la que semejaba una caja de recuerdos, o si no quedaba otra opción más que desparramar las cenizas sobre el tablero.
Había soñado con limoneros, azahares y patios perfumados por el agrio fruto de verano. Había soñado que giraba en torno del árbol, y nunca hallaba la rama por donde trepar hasta lo alto de la copa.
Trenzó algunas palabras, que se deshicieron como espuma.
Se miró a un espejo, y descubrió que un caracol lo espiaba desde la caparazón.
Tembló ante la indiferencia del viento, surcando el espacio de terrazas alumbradas por la luna.
Si hubiera sabido del silencio. Si hubiera callado para escuchar la voz.
Si hubiera ahorrado los pequeños favores, y hubiera existido, verdadero, para la realidad.
Entonces el viento sería el techo y el espejo. El viento sería una máscara de luz, sería un manto bajo la lámpara lunar.
Y había descubierto que no quedaban sino dos opciones: la caja de recuerdos, el arcón mental de los que viven a costas de sus piernas rotas; o las cenizas sobre el tablero.