miércoles, 31 de diciembre de 2008

Silencio

En una isla
que destile el dolor
y no pido miel

a penas silencio.

Música en la cueva
silencio

apenas silencio.

Música en las venas
no pido miel

tampoco tanto hueso
como un xilofón
como un cuentagotas
como la arena hasta las encías.

La noche sobre los hombros
y silencio.

Que me dejen flotar
hasta que la burbuja explote
y no pido miel

a penas silencio.

Desaparición

A veces, el viento.
A veces, esta cápsula en la que estoy dentro.

Son los que se desgarran
me desgarran.

A veces, el desgarro.

Son los que se afilan la memoria
en el perdido
en el culpado
en el que nunca dispone los dos pies
hacia un mismo lado.

A veces, el letargo.
A veces, este no querer despertar.

El tiempo que arranca las uñas de los dedos.
El tiempo que alimenta de heridas.

A veces, el deseo de no ser.
A veces, el deseo de no ser más que viento
.

domingo, 14 de diciembre de 2008

El espejo

Recordó que su hermano era grabador, y corrió hasta el taller en busca de una cuña. La herramienta se encontraba dentro de un cajón, entre trapos con olor a tinta y aguarrás. No podía perder tiempo, porque el sufrimiento crecía con cada segundo.
Buscó el espejo de pared, al final de la sala. Se enfrentó a su reflejo con la cuña apretada en la mano izquierda (el mango se humedecía con la transpiración del puño apretado, y temía que la humedad hiciera menos certero el golpe en el momento del acto) respiró profundamente y con un movimiento rápido de samurai enterró la cuña en el centro de su frente.
Cayó de rodillas al suelo, los ojos entornados por la punzada. Y aunque esperaba vislumbrar un charco de sangre a sus pies, el espejo le devolvió un panorama distinto al esperado. La cuña salió disparada de la frente como un corcho de una botella, y antes de que los dedos intentaran tapar el agujero perfecto, una luz blanca iluminó su reflejo igual que una linterna. Pensó que tenía un casco de minero, y que toda su vida la había pasado dentro de una mina, y esto era un sueño (o el despertar de un sueño)
Pero rebatió la hipótesis un pie descalzo que se asomó por el agujero de la frente, moviendo sus dedos como si intentara distender una contractura eterna. A medida que se agitaban como gusanitos, el hombre contemplaba cómo el resto de la pierna aparecía a la luz del taller del hermano grabador. Apareció la pierna completa (le colgaba de la frente y tiraba patadas al aire como buscando apoyo en el suelo) y luego otra, que ayudó a equilibrarse a la primera.
El hombre se mantenía de rodillas. Miraba el espectáculo un poco en el espejo y otro desde su perspectiva. Las dos piernas llegaron al suelo, a la vez que asomó un sexo, un vientre, un torso completo de hombre, con sus dos brazos pegados al cuerpo (como haciéndose lo más angosto posible para pasar por el pequeño orificio de la frente) Hasta que llegó el cuello, el mentón, la boca reconocible ya, la nariz inconfundible y los ojos enormes de pez atónito que todas las mañanas le preguntaban para qué se había despertado.
Los últimos cabellos de la cabeza acariciaron la frente del hombre que ya se caía hacia delante, inerte, desmesurado, pálido como una gaviota. El otro, el que había nacido de su frente, estaba desnudo y de pie frente al espejo. Se palpó el cuerpo, como queriendo comprobar su materialidad, y se asombró sobremanera cuando descubrió que el que estaba tendido boca arriba llevaba los mismos ojos de pescado atónito que él.
No obstante, le quitó la ropa al muerto, lo ocultó en un placard y salió hacia la calle como quien solamente entró al taller en busca de una cuña que alguna vez había usado su hermano el grabador.

Edificios suicidantes

Hay edificio suicidantes. Como el mío por ejemplo. (Mío. Bah, es una forma de decir; uno es un pensionista en un edificio suicidante y listo.)

Además de sus ojos grises de persianas húmedas.
Además de los balcones provocantes.
Además de los viejos propietarios.
Además de los vecinos problemáticos e histéricos.
Además de un portero alcohólico.

Este edificio queda al borde de las vías de tren. Nada más suicidante que un edificio a orillas del ferrocarril.

Si te tientan la altura y las ganas de volar, nunca entres a un edificio suicidante. A un costado están las vías como pistas de aterrizaje para los aviones derrumbados.

El humo del hierro quemado seduce hacia el vacío. Un traqueteo de huesos noche y día. La garganta de asfalto.

Y encima las vías.

Jamás pises un edificio suicidante. Si querés conservar las pestañas de cera.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Paso hacia la sombra

Aunque sean sólo pasos,
parece una sombra.

Alcanzan el destilado de algodón
para cubrir las venas abiertas.

Catarata desde los dedos,
despeñándose.

Aunque sean sólo pasos,
es una sombra.

El hielo trepa la garganta;
es una sombra.

Tiene secas las lágrimas,
aunque es una sombra.

Se abrieron las ventanas
y el viento escapó,
para que sea una sombra.

martes, 2 de diciembre de 2008

Infancia

Me recuerdo una cara valiente.

Los canteros eran precipicios,
de donde saltaba en paracaídas.

Paciencia

Sufre el Mercado, sufre el mundo.

¿Quién dijo que hemos llegado lejos?

¡Qué tiempos nos esperan allá en el fondo!

Paciencia, mi amigo, que lo peor no ha llegado.

El agua nos tragará. (El futuro del mundo es agua)

Y recién después: el Reino de la Telepatía bajo el agua.

Simple Mente

Simplemente quiero decir:

el cielo se cae

Automatismo

Automático ser de la naturaleza frustrada. Describe una luciérnaga bajo las frazadas y juega el juego de los malvados.
Despierta a los ojos del sol. Despierta a la madre verde que tienes bajo la piel. No dejes que te maquinen. No dejes que te revienten las venas con la sal de los pájaros ciegos. Sé pájaro. Sé ala. Sé bestia impune bajo la nube que te abre la frente.
Despierta. Trabaja. Ilumina la sonrisa de tu pariente monetario.
Destruye. Vomita. Grita como un errante salvaje que caza y busca semillas donde solo encuentra piedras. Desnuda las ramas, los árboles, todo lo que quieras, mientras ellos te digan no, no debes.

madre verde

enverdece
se cae
se pudre
se agusana en el fuego
es tiempo

destiempo

florece
se perfuma
reluce
luz ignorante del fuego
se vanidece
es tiempo

se caae
se puudre
se agusaana en el fuego
destiempo

madre naturaleza, destiempa
es tierra

Evolución

Cómo se escapan las mariposas de la mano.
Se cortan las cuerdas de las guitarras.

Y tenemos una bandada de pájaros
devorándonos los pies.

Ahora nos queda el infierno,
pero sin Virgilio guía.
Ahora es la música de una noche
como garra dispersándose.
Criatura sin dioses,
es ahora la insignia del sapiens.

Y quisiéramos volver a ser gusanos
dentro del capullo.
Tal vez comprender el verdadero sentido de los tambores.
El seguro fracaso de una nueva oportunidad.

Es una estrella de punta
el escape de las mariposas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El árbol del bien y del mal

Cómo marginan los hombres de las manzanas.
Tenemos muertos por su marginación.

Acariciaban con manos de fuego
el blanco perfil del ángel.

Marginan a los mil demonios
de alma celeste
que alimentan con los sagrados desperdicios.

Tenemos muertos vivos
(como los de las películas,
pero palpitantes)

Y tenían una cruz de lengua,
la publicidad más barata en la que pudieron pensar.

Los demonios siguen siendo ellos:
los hombres de las manzanas.
Los que han encarcelado en sus monumentos
a la bestia hermosa de dientes de oro.

Homo sapiens

Desearon la telefonía celular.
Desearon una red sin araña.
La solitaria improductividad.
Ser la velocidad de la luz
y no moverse.

¡Evolución!

Dijeron,
mientras se arrancaban los piojos
unos a otros.

Hemos creado vida (a los tristes dioses)

Pobre computadora que llenamos su memoria
con tanta basura.
No nos da vergüenza
abrir carpetas y carpetas
en la conciencia de la pobre computadora.

Cuando está triste,
le pasamos fríamente el antivirus.
Mientras con la indiferencia de los dioses
nos tomamos un café con leche y medialunas.

La vestimos con fondos de pantalla ridículos
y le hacemos cosquillas todo el día en su teclado.

Pobre computadora que cuando está enferma
la abandonamos en manos grasurientas
de semidioses técnicos.

La hago cantar todo el día
a mi pobre computadora.
Y sus horas de sueño son menores que las mías.

Seamos justos
y pensemos (de una vez, pensemos)
en que nosotros, el glorioso ser humano,
está en la misma condición que ella.

La campana

Descubrió al mirarse en el espejo que tenía un pequeño agujero en la cintura. Era un hoyito de unos cinco centímetros de diámetro, perfecto y redondo.
Se había terminado de bañar y al secarse la espalda descubrió el agujerito. Pensó en la mordedura de algún insecto. Pensó si no había caído de espaldas, durante los últimos días, sobre alguna superficie filosa. Sin embargo, nada. Y el hoyito estaba ahí. Había aparecido, para él, después de bañarse, mientras se secaba la espalda.
No había sangre. Por lo tanto, no se sentía asustado. Sí estaba preocupado, porque no es bueno que alguien tenga un hoyo en la espalda, como un balazo, así como así. Pensó que lo mejor era ver un médico. Así que se vistió, se peinó, buscó los documentos, el carnet de la obra social y salió hacia algún consultorio disponible.
No tuvo que esperar. La recepcionista lo invitó a entrar en el consultorio, luego de revisar su documentación. Detrás de un escritorio cubierto de papeles (y de un destacable par de anteojos) estaba el médico. Tenía una sonrisa en los labios. Le tendió la mano.
Explicó cuál era su problema. Mostró el agujero en su espalda y el médico soltó una carcajada. Dijo que era fácil de curar. Abrió un cajón y dejó sobre el escritorio un puñado de dientes de ajo. Los peló cuidadosamente con los dedos y comenzó con meticulosidad a meter el ajo en el hoyo de su espalda. El médico habló sobre lo inevitable de la transformación de la personalidad en estos casos. Dijo algo sobre el acercamiento al estado de animalidad pura, mientras llenaba el agujero de la cintura con los dientes de ajo y se reía.
De pronto, algo comenzó a temblar bajo la piel del hombre. Como si otra vida hubiera despertado o estuviera luchando por sobrevivir bajo su propia piel. La única reacción, frente a las carcajadas del médico, fue correr hasta el balcón del consultorio, medir la altura (y la posibilidad) sujeto a la baranda de hierro, pasar una pierna hacia el otro lado, soltar el cuerpo y despeñarse de cabeza hacia el asfalto.
Lo último que pensó fue que el golpe sería rápido y frío. Como el tañido de una campana.