domingo, 4 de enero de 2009

Domingo

Los domingos, el tren pasa muy de vez en cuando. Pasa un tren, y luego las vías permanecen en silencio, deshabitadas; alguna bolsa arrastrada por el viento se atasca en los rieles, hasta que otra bocanada de aire le da nuevo impulso y la echa a rodar. Hasta que otro tren se anuncia como desde la nada, con un rugido cansado e invisible. Pasa. Las ventanillas están vacías. Casi nadie viaja los domingos. Y menos al mediodía. Y menos un mediodía de domingo en enero. ¡Qué hambre de gente tendrá el tren los domingos! La panza de la serpiente metálica está desierta.
Los andenes dejan ver las pintadas: “La propiedad privada es un robo” “Liberen a Rodríguez” “Puto el que lee”
¿Quién es Rodríguez? Los anarquistas de hoy usan celular. Todos somos putos. Ahí viene otro tren.
¡Qué felices serán las ratas los domingos! Son suyas las vías. Seguramente salen a comer con mayor tranquilidad. Eligen su alimento y lo esconden bajo los andenes. Disfrutan sin bullicio. Hace unos días esperaba el tren y vi una rata enorme bajo el andén. Me causó gracia. Era bella en su marginación. No corría, galopaba. Se ocultó en la sombra. Lejos de los hombres. Imaginé sus ojitos horrorizados ante la idea de cruzarse con algún ser humano. Lo bien que hacen en pensar eso.
Los domingos, cuando el tren pasa muy de vez en cuando, las vías son de las ratas, y de las bolsas y los papeles de residuos, y de los anarquistas y de sus celulares, y de Rodríguez (del pobre Rodríguez que vaya uno a saber qué hizo, qué pensó, para estar como una rata entre cuatro paredes) y de los putos que leen, por supuesto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como todo: BUENISIMO. Besos